Entre la blancura de su luz marina y la penumbra de la montaña pervive desde siempre el perenne mediodía del trópico. La grandeza marina, "Ese techo tranquilo" como dijera el gran poeta Valéry, habita con nosotros, al alcance de nuestro goce. El mar está en todas las ventanas, el de la fiesta del día y el del sosiego de la noche.
Y además de hacer nuestro el mar y la luz en CARABALLEDA CARIBE habitamos la historia, el pasado fabuloso de Venezuela y del continente. La nostalgia del ayer persiste sobre su costa de roca y arena y la muy escarpada de la sierra; en su umbría y en sus arenas habitaron los indios Toromaymas y por sus olas cruzaron los corsarios y los filibusteros, los navíos de los conquistadores y creadores del país de América, quienes hicieron del lugar el primer puerto de la capital de Venezuela, donde embarca el tesoro del cacao y desembarca el de la perla.
Es aquí, en este mar y esta blancura que deslumbrara a Armando Reverón, el memorable pintor del resplandor, en este camino de la estela azul e infinita; es aquí, en este rincón pleno de historia, donde se ofrece el lujo del trópico como un balcón sobre la vastedad y como una fiesta del agua y del mediodía en nuestros sentidos y en nuestra vida.
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